Artículo escrito por P. Fernando Torre, MSpS.
Dichosos nosotros si tenemos la experiencia de tener amigos íntimos, personas con las que podemos manifestar lo que nos quema el alma o nos avergüenza, sin temor a ser juzgados o rechazados. Amigos de los que tenemos la certeza de que guardarán en secreto nuestras confidencias. Personas que, sabemos, seguirán siendo amigas con el paso de los años o a pesar de la distancia.
Concepción Cabrera le recomienda a su hija Religiosa de la Cruz: «Hazte muy amiga, amiga íntima del Espíritu Santo, porque Él es fuego. ¡Quién estuviera sumergida en el lago de su lumbre!»[1]
¿Somos muy amigos del Espíritu Santo? ¿Es nuestro amigo íntimo? ¿Con qué frecuencia nos comunicamos con él? ¿Cómo percibimos su presencia, cómo acogemos sus inspiraciones, cómo nos dejamos mover por él?
Disfrutemos otras palabras de «esa santa extraordinaria»[2]:
¡Que tesoro tan poco explotado tenemos en el Espíritu Santo, que riqueza tan desconocida! Cogemos cuanto hay, y no nos acordamos del que lo ES todo, del que es la Fuente de la gracia, del que regala el gozo espiritual, los frutos y los dones y torrentes de cosas que no nos figuramos.
Conque, conságrate de todo corazón al Espíritu Santo, y de día y de noche, llámalo con mucho amor y confianza, no se te olvide: familiarízate respetuosamente con esa tercera Persona Divina, fórmale un nido en tu corazón, lleno de pajitas de humildad; dile que quieres que te caliente y oír sus arrullos arrobadores, sentir su divino soplo, y que te dé la vida interior que tanto te cuesta[3].
¿Respetuosamente? Sí, pues el Espíritu Santo es Dios, como el Padre y Jesucristo. ¡Familiaricémonos con el Divino Paráclito! Que llegue a ser una persona cercana, a la que tratemos con frecuencia –«de día y de noche»–, a la que le tengamos ilimitada confianza. Que llegue a ser nuestro amigo íntimo.
[1] Carta escrita el 29 septiembre 1923, en Cartas a Teresa de María, México 1989, 414-415.
[2] Como la llamó el padre Félix de Jesús Rougier: Diario y reminiscencias, 1,50.
[3] Carta escrita el 27 febrero 1911, en Cartas a Teresa de María, México 1989, 99.